Texcoco, Edo. Méx.- Hoy la humanidad enfrenta a un enemigo común: el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, la cual ya ha cobrado la vida de miles de personas en todo el mundo. Lamentablemente, se estima que la cifra de muertos podría superar los 1.8 millones y que los impactos podrían ser mayores, ya que en los próximos meses es probable que se incremente la vulnerabilidad alimentaria de amplios sectores de la población mundial —particularmente de los 1,300 millones que viven en condiciones de pobreza, de los cuales casi 85% vive en zonas rurales— debido a las afectaciones a las cadenas de valor y a la pérdida de millones de empleos.
Se trata de una compleja crisis humana sin precedentes que, para superarse, requiere solidaridad y —sobre todo— una respuesta creativa e innovadora. El legado del doctor Norman E. Borlaug —fundador del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)— es un ejemplo de cómo orientar la ciencia para brindar soluciones innovadoras: hacia los años sesenta, cuando la amenaza de hambruna en el mundo en desarrollo implicaba también la muerte de los más vulnerables, el doctor Borlaug orientó el mejoramiento del trigo a salvar millones de vidas; esto lo hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz en 1970.
Hoy, ante una nueva crisis donde también hay millones de vidas en riesgo, el CIMMYT invita a la colaboración. El pasado 9 de abril el CIMMYT —junto con otras 80 organizaciones internacionales de los sectores público, privado, académico y social, en torno a la Coalición de Alimentos y Uso de la Tierra (FOLU, por sus siglas en inglés)— suscribió una carta convocando a Gobiernos y organizaciones de todo el mundo a sumar esfuerzos para minimizar los riesgos de una eventual crisis de seguridad alimentaria, particularmente a través de la inversión en sistemas alimentarios sustentables y resilientes.
El CIMMYT — en colaboración con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP)— promueve prácticas agrícolas sustentables que han permitido a las productoras y los productores de México lograr mejores cosechas; producir alimentos nutritivos, sanos y variados; reducir el impacto ambiental; aumentar la diversidad de los agroecosistemas; reducir sus costos de producción; mejorar su seguridad alimentaria mediante tecnologías poscosecha; vincularse a mercados; y —en general— ser resilientes ante contextos adversos.
Los aprendizajes en México se han replicado en otros países de África, Asia y Latinoamérica, confirmando que la humanidad está interconectada no solo mediante los ordenadores, sino también a través de la agricultura: lo que se produce en el campo mexicano llega a la mesa de personas de alrededor de 190 países y lo que se producen en otros lugares del mundo también llega a las mesas de los mexicanos. De ahí surge la importancia de que, en medio de esta crisis, se fomente el abasto local y se garantice a la vez el comercio internacional de alimentos, pues es uno de los principales impulsores de la sostenibilidad global del sistema agroalimentario.
Hoy en día —que se acentúa la necesidad de tener dietas sanas y nutritivas (para elevar la calidad de vida y disminuir el riesgo de mortalidad por el virus SARS-CoV-2), de replantear las formas de producción y consumo de alimentos y de reorientar la relación de la humanidad con el medioambiente— la sustentabilidad y la resiliencia del campo cobran relevancia. En México instituciones como el CIMMYT brindan el soporte científico para lograrlo y para hacer del campo un motor de desarrollo y una fuente de salud.