Texcoco, Edo. Méx.- La domesticación de las plantas es uno de los procesos evolutivos más importantes en la historia de la humanidad porque permitió el surgimiento y mantenimiento de la civilización. La domesticación además no es un proceso en una sola dirección sino un proceso complejo de co-dependencia entre el hombre y las plantas.
Durante la domesticación ocurren muchos cambios morfológicos y fisiológicos —es decir, en la forma y el funcionamiento de la planta— que se conocen como el síndrome de domesticación, el cual afecta principalmente a las partes de la planta que se comen o que son usadas por el ser humano, como las semillas o los frutos, que tienden a aumentar su tamaño. También se modifican los hábitos de crecimiento de la planta, su modo reproductivo, se pierde la dormancia de la semilla —esto es, su estado de reposo—, así como su mecanismo natural de dispersión.
Por toda esta complejidad, la domesticación de las plantas fascinó a Charles Darwin (1809-1882) y, de hecho, fue esencial para desarrollar y fundamentar su Teoría de la Evolución y posterior publicación de El origen de las especies (publicada el 24 de noviembre de 1859), una de las obras más influyentes para la ciencia contemporánea.
“Para mantener puras las variedades de maíz deben ser plantadas separadas para que no se crucen”, escribía con fascinación Darwin en La variación de los animales y las plantas bajo domesticación (1875) —que constituye la ampliación a El origen de las especies—, impulsando el estudio de la evolución de cultivos bajo la premisa de que conocer el origen y evolución de plantas como el maíz permitiría alcanzar una mejor comprensión de la adaptación de las poblaciones silvestres durante la domesticación, lo cual podría conducir, en algún momento de la historia de la humanidad, a domesticar nuevos cultivos.
Hoy, gracias a la evidencia arqueológica y diversos estudios, sabemos que el maíz ya se consumía en Mesoamérica durante el Holoceno —periodo posterior a las grandes glaciaciones— mayoritariamente de forma secundaria junto con otras hierbas y frutas recolectadas por los grupos humanos. Sus usos rituales, como bebida, fueron probablemente los responsables de su difusión temprana, aunque no necesariamente se propagaron por igual sus usos, ni sus aplicaciones gastronómicas.
Los primeros americanos iniciaron los cambios genéticos en el maíz para hacer posible su consumo. Estas modificaciones aumentaron el tamaño del olote, la mazorca y el grano, lo que ocurrió́ a lo largo de varios cientos o miles de años. Tehuacán162, por ejemplo, es un maíz primitivo (de hace 5,300 años) que ya no se siguió cultivando, probablemente porque no tenía sabor dulce y sus granos se caían cuando maduraban. Estas dos características fueron de las más importantes manipulaciones humanas sobre el maíz.
De contar con unos pocos granos, duros y no comestibles, el llamado teocintle se transformó por la intervención humana en el maíz. Entre el 3120 a.C. y el 1590 d.C. este aumentó gradualmente el ancho de la mazorca y hacia el 750 d.C. el ancho del grano alcanza su mayor tamaño, luciendo tal como hoy lo conocemos. Esto confirma que la evolución del maíz es un proceso que continúa hasta nuestros días y que aún reserva mucha información valiosa para comprender el pasado y construir el futuro de la humanidad.
Fuentes:
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Angulo, E. (5 de noviembre de 2020). La historia de Cruz Gallastegui y el maíz híbrido. Ciencia infusa.
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Moreno, I. L., & Bordi, I. V. (2016). El maíz nativo en México: una aproximación crítica desde los estudios rurales. Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Lerma. División de Ciencias Sociales y Humanidades.
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Sánchez, M. I. C. (2009). Darwin y la domesticación de plantas en las Américas: el caso del maíz y el fríjol. Acta Biológica Colombiana, 14, 351-363.