Texcoco, Edo. Méx.- Además de los riesgos para la salud y diversas afectaciones a las cadenas de suministro, el sistema agroalimentario mexicano enfrenta otros retos que podrían influir en la disponibilidad de alimentos durante y después de la emergencia sanitaria por COVID−19: condiciones de sequía excepcionales y una temporada de huracanes con riesgo de un impacto mayor al habitual figuran entre los pronósticos del tiempo para lo que resta de 2020.
Aunque el escenario es poco alentador —ya que cualquier desastre natural en estos momentos obstaculizaría los esfuerzos para combatir la emergencia sanitaria—, las sequías y los huracanes son fenómenos que cada vez se vuelven más habituales debido al cambio climático y que, por contradictorio que parezca, pueden presentarse simultáneamente en la amplia geografía nacional, haciendo que unas zonas padezcan por la falta de agua, y otras, por el exceso de ella.
De acuerdo con proyecciones meteorológicas recientes, la temporada de huracanes para México, Centroamérica y el Caribe tendrá una actividad superior a la estimada como promedio: se calcula que al menos cuatro de los 16 huracanes previstos serán muy intensos (CU Boulder, 2020). Por otro lado, amplias zonas del país ya experimentan temperaturas considerablemente altas y condiciones de sequía graves, por lo que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) publicó recientemente un acuerdo de inicio de emergencia por ocurrencia de sequía severa, extrema o excepcional en las cuencas del país.
Aunque las autoridades del sector han establecido medidas para optimizar el suministro de agua a distritos y unidades de riego, se prevé que las condiciones de calor y sequía serán de las más extremas de los últimos años (NSMIP, 2020). En este contexto, ¿cómo podrá asegurar el campo mexicano los alimentos necesarios para los próximos meses si la falta o el exceso de agua ponen en riesgo la producción agrícola?
Desde la ciencia, el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) ha desarrollado y validado prácticas agrícolas que contribuyen a la adaptación al cambio climático y a la mitigación de sus efectos. Junto con diversos colaboradores y a través del programa MasAgro —de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural y el CIMMYT—, estas prácticas han sido adoptadas por cerca de 300,000 productoras y productores mexicanos.
Con prácticas como la cobertura del suelo con rastrojo, no solo se ha disminuido la emisión de gases de efecto invernadero —al evitar quemas agrícolas—, sino también se han construido sistemas resilientes (es decir, capaces de superar las adversidades). Por ejemplo, en 2019, en Peto —Yucatán— se presentó una sequía que causó la pérdida de alrededor de 60% de la producción de maíz, mientras que en la parcela donde fueron implementadas prácticas sustentables se obtuvieron buenas cosechas, con un rendimiento superior al promedio histórico de la zona.
Durante el IX Diálogo de Petersberg sobre el clima —realizado el 28 y 29 de abril pasados para revisar los avances y pendientes en la lucha contra el cambio climático—, ministros de 30 países —incluido México— coincidieron con la ONU en que las medidas climáticas para moldear la recuperación después de la emergencia sanitaria por COVID-19 deben asegurar una transición productiva ambientalmente sustentable. Ante el panorama actual, la agricultura resiliente que fomentan el CIMMYT y sus colaboradores se encamina en esa dirección y contribuye a construir soluciones tanto para la crisis sanitaria-alimentaria como para la climática.